dijous, 23 de febrer del 2012

El placer de escribir

Bienvenidos, bienvenidas, a este mi nuevo blog, uno que está dedicado exclusivamente al placer de escribir. Aquí no se va a hacer apología del buen escribir, ni de la literatura más excelsa, sino de aquella en la que, simplemente, se disfruta escribiendo relatos cortos o historias cortas por capítulos. A diferencia del resto de Sonrisas que me gusta repartir por el mundo, este blog he decidido abrirlo a otra gente, aquellos quienes decidáis mandarme vuestros relatos a este email.

Antes que nada, quiero aclarar que por supuesto me guardo el derecho de publicar los textos que reciba. La decisión será exclusivamente mía y, como os podéis imaginar, no aceptaré presiones, aunque quizá sí algún soborno hehe. En fin, os dejo con el primer texto, de mi amiga twittera Nevenka Warning. Espero que os guste. No olvidéis dejar algún comentario tanto si os gusta como si no y, después de leerlo, un pequeño reto, buscad qué significa el título del relato, en argot carcelario. Todo adquiere un sentido, así:  

Membrillo

Mentalmente repasa el guión que le acercará al hombre que lleva vigilando más de un mes. Treinta días, uno detrás de otro, para saber hasta el mínimo detalle de alguien a quien, en circunstancias normales, jamás habría conocido. Desde la esquina de la barra, él hace rato que la sigue con la mirada. Su melena castaña trenzada de forma desordenada, su ropa negra totalmente ceñida y unos tacones excesivamente altos la hacen merecedora de cualquier mirada masculina, sobre todo solitaria. Cuando se acerca, ella se convierte en una mujer irascible, dolida por una cita suspendida sin previo aviso y, a pesar de que su realidad es la de una mujer obligadamente sola, la impostura resulta creíble. Hablan, beben y se divierten y, a través de pequeños detalles, ella confirma que no se equivoca de persona. Antes de abandonar el local en busca de tranquilidad, ella se refugia en el lavabo con el tiempo justo para vomitar y, posteriormente, borrar cualquier resquicio de náusea, maquillándose de nuevo.

El paseo dura menos de media hora, primero en coche y más tarde a pie, y finaliza en la playa, junto al espigón, zona a la que se accede tras abrir la valla que prohíbe el paso.  La claridad de la noche les refleja junto al mar, él detrás de ella, abrazándola por la cintura mientras le besa el cuello. Ante esa sensación, que le anuda el estómago, recuerda que no le queda nada que vomitar, y se ve a sí misma hace seis meses, reprimiendo el mismo asco, soportando el peso árido del paso del tiempo que la acerca a la venganza, vendiéndose en cuerpo y alma para conocer un nombre: el del hombre que ahora la abraza con fuerza. De espaldas a una ciudad que se deja acariciar por el mar, siente como nunca la seguridad que le regala una firmeza de la que él carece, a causa del alcohol ingerido. Sin perder tiempo se gira hacia él rodeando sus caderas con sus manos. 

Lo empuja con fuerza, obligándole a mantener su espalda junto a las rocas. Poco a poco, ambos se dejan caer sobre sí mismos, sabiendo ella que se acerca el final. Por eso, el miedo deja paso al ansia de consumar el plan, sin importar el coste que ello suponga. Se deja desnudar mientras siente sus manos frías sobre sus pechos, que responden endureciéndose de forma involuntaria Consciente del poco tiempo que queda, le deja hacer. Permite que su boca inunde su piel con una mezcla de saliva y alcohol, que sus manos la atraigan, la sienten con las piernas abiertas sobre él y la hagan gemir, aún semidesnuda, en lo que se supone la antesala de una noche de sexo agotador. 


En ese momento ella se acerca a su oído y, casi susurrando, le repite el nombre de alguien que ninguno de los dos olvidará. Ella porque es el hombre que ama, él porque es a quien delató, junto a los otros  miembros de su banda a  los que la policía seguía la pista, tras seis atracos, sin obtener ningún resultado. Él no es capaz de reaccionar, el alcohol ralentiza sus reflejos, y su intento de levantarse y huir se transforma en una cómica escapada hacia el borde del espigón. En ese momento ella no tiene más que empujarlo con todas sus fuerzas hacia el lugar donde el mar rompe con más fuerza. 

Apenas lo piensa, es un empujón breve y seco que transforma el cuerpo de él en un títere mientras cae; el tiempo suficiente para darse cuenta de que, tras seis años, el pasado regresa para ajustar cuentas. Se viste con rapidez, y echa a andar sin importarle lo que deja tras de sí. Mientras  recorre la ciudad, aprovecha para abandonar discretamente la peluca y parte del atuendo utilizado la noche anterior. A casi cien kilómetros de ella, el reparto de correo en el centro es, como siempre, puntual. Una vez en la celda, el interno abre el sobre con el mismo nerviosismo cada vez que recibe una carta de la mujer que ama. En su interior, un folio con sólo unas palabras: “Cuando recibas esta carta, te habré hecho un poco más libre.”